La Muerte con anteojos
To’as las noches conmigo
se acuesta a dormir un muerto.
Aunque está vivo y dispierto
–confuso es lo que les digo–,
es una mortaja, amigo,
que se alimenta de hinojos.
Después se lava los ojos
pa’ reposar en la tumba
y a mi la’o se derrumba
este fina’o de anteojos.
Se arrancó del cementerio
con una corona puesta.
Una mujer deshonesta
le hizo perder el criterio.
Esto pa’ nadie es misterio,
lo digo con amargura.
Aunque yo tenga güenura
al muerto poco le importa,
y como esta vi’a es corta
anda con tanta locura.
¿De qué le sirve el consuelo
al esqueleto ’e la muerte?
¿De qué me sirve la suerte
si me da tanto desvelo?
Me está causando recelo,
el frío lo tiene mudo,
pero a su llama’o acudo
porque así será el destino.
Este fina’o ladino
quiso ser mío y no pudo.
Debo de ser muy fatal
pa’ venir de San Clemente
a probar inútilmente
lo amargo de este panal.
Es poca to’a la sal
que hay en la Pampa de Chile
pa’ curarle las cien mile’
angustias que le dejaron
coquetas que lo humillaron,
dejándolo sin abrile’.
Por fin, amables oyentes,
les pido con devoción:
recemos un’ oración
por este muerto viviente.
Es fina’o inteligente,
por eso es que yo lo estimo.
A su muerte yo me arrimo
con esperanza y con fe,
pero qué hacer yo no sé,
y, si lo sé, no me animo.