Verso por la niña muerta
Cuando yo salí de aquí,
dejé mi guagua en la cuna:
creí que la mamita Luna
me l’iba a cuidar a mí.
Pero como no fue así,
me lo dijo en una carta
pa’ que el alma se me parta
por no tenerla conmigo.
El mundo será testigo
que hey de pagar esta falta.
La bauticé en la capilla,
pa’ que no que’ara mora.
Cuando llegaba la aurora,
le enjuagaba las mejillas
con agua de candelillas,
que dicen que es milagrosa.
Si se deshoja la rosa
muy triste que’a la planta,
como que’ó la que canta
su pena más dolorosa.
Llorando de noche y día
se terminarán mis horas.
«¡Perdóname, gran Señora!
–digo a la Virgen María–,
no ha si’o por culpa mía,
yo me declaro inocente.
Lo sabe to’a la gente
de que no soy mala maire:
nunca pa’ ella faltó el aire
ni el agua de la vertiente».
Ahora no tengo consuelo,
vivo en peca’o mortal,
y, amargas como la sal,
mis noches son un desvelo.
Y es contar y no cree’lo,
parece que la estoy viendo,
y más cuando estoy durmiendo
se me viene a la memoria.
Ha de que’ar en la historia
mi pena y mi sufrimiento.